Pensamos que nuestras opiniones se han formado de forma lógica y justa, y que por tanto se deben mantener a cal y canto. ¿Cuánto de cierto hay en esto?
En realidad, solemos basar nuestras opiniones sobre nuestras creencias y, desgraciadamente, las creencias no siempre tienen que ver con los hechos objetivos. A decir verdad, normalmente no son los hechos los que construyen las creencias, sino que son nuestras creencias las que nos hacen fijarnos en determinados hechos. En otras palabras, aunque recibimos mucha información, prestamos mucha más atención a aquello que refuerza lo que ya creemos, y descartamos u olvidamos el resto.
Las investigaciones muestran que tendemos a interpretar la información de forma subjetiva para que refuerce nuestras opiniones. La respuesta a todo esto está en nuestros cerebros, que buscan la coherencia. Aceptamos de forma pasiva la información que refuerza lo que ya creemos, y en cambio rechazamos activamente la información que no nos cuadra; este mecanismo se llama razonamiento motivado.
El razonamiento motivado es un mecanismo mediante el cual el cerebro tiende a aceptar en mayor medida aquellos juicios que se adecúan a lo que ya creemos y que refuerza nuestras creencias, brindándonos sensación de seguridad y bienestar con nosotros mismos, en oposición al rechazo de aquellos juicios que se oponen a lo que ya hemos establecido como verdadero, y que por tanto, generan emociones que no nos agradan, como miedo, inseguridad, etc.
Entonces, ¿está bien o mal cambiar de opinión?
En ciertos ambientes: políticos, deportivos, religiosos o familiares, por ejemplo, se observa a menudo una predisposición a mantener la opinión inicial sobre un tema o cuestión, y se suele criticar a alguien que varíe en lo que dijo en el pasado. Se tacha de "falso, cambiante u oportunista" a aquel que decida que lo que antes creía ahora no tiene tanta validez. ¿Por qué sucede esto?
Una explicación podría ser lo que se comentó anteriormente, que estamos "programados" para buscar la coherencia y evitar que nuestras creencias y opiniones formadas entren en conflicto con posibles nuevas evidencias que las contradigan. Otra puede estar asociada a la necesidad de "tomar partido" y de "mantenerse fiel a quienes nos aceptarnos" en su momento, por pensar como ellos. En cualquier caso, es necesario que seamos conscientes de que tenemos la tendencia a permanecer en las opiniones que nos hemos forjado, y que ello puede afectarnos.
El caso evidente es el de una persona que ha tenido una opinión o creencia determinada sobre algo, y en algún momento de su vida descubre que podría estar equivocada. ¿Qué hace? ¿Seguir pensando o creyendo lo mismo, para ser coherente con lo que dijimos en el pasado, o enfrentarse al "oprobio" de cambiar de opinión?
Al final, tal vez lo más importante no sea saber si está bien o mal cambiar de opinión o de creencias, sino ser capaces de determinar cuándo está bien, y cuándo no. En lo que respecta a las creencias, puntualmente aquellas que nos limitan o perjudican a nivel personal, deberíamos darnos permiso para modificarlas, cambiarlas, porque ello es parte de solucionar problemas, crecer y evolucionar.