A menudo pensamos que somos seres racionales y que nos relacionamos con las demás personas a ese nivel; que las emociones están presentes pero de manera controlada. Tenemos la idea de que actuamos siendo conscientes de lo que hacemos y su por qué. La verdad es que hay muchos factores que nos influyen y que pocos tienen que ver con la razón y la lógica. Te invitamos a que descubras cuáles son y cómo tenerlos en cuenta.
Las emociones, la razón y los juegos
Aunque nos parezca que somos seres lógicos y razonables, la ciencia y la propia experiencia humana han demostrado infinidad de veces que no es el caso. Son las emociones las que nos mueven a actuar, a reaccionar, a cambiar. De hecho, la raíz misma de la palabra emoción denota acción, movimiento. En otras palabras, son las emociones - experiencias neutras que surgen y que no se pueden evitar, aunque sí se pueden entender y gestionar - las que aportan el "combustible" a nuestro carácter, a nuestra personalidad. Pero como toda energía, necesita de un control apropiado para que resulte beneficiosa y no perjudicial, y es ahí donde entra en juego nuestra razón. Si las emociones son las velas que captan el viento e impulsan nuestra embarcación hacia el destino que queremos alcanzar, la razón es el timón que dirige la nave y que realiza ajustes continuos, para mantenernos en el rumbo deseado.
Si se trata solamente de reconocer y entender las emociones que experimentamos, así como la información que nos brindan, para tomar decisiones racionales... ¿por qué los humanos a menudo somos incapaces de actuar coherentemente?
Pero entonces, si se trata solamente de reconocer y entender las emociones que experimentamos, así como la información que nos brindan, para tomar decisiones racionales… ¿por qué los humanos a menudo somos incapaces de actuar coherentemente?
Pensad por un momento en esta situación: "María llega a casa del trabajo, cansada después de largas horas de presión y estrés. Pablo, su marido, había llegado un poco antes, también cansado, y había decidido darse una ducha y relajarse un momento en el sofá. Cuando María entra por la puerta y ve a su esposo descansando, automáticamente se enfada porque piensa que las tareas aún pendientes del hogar recaerán sobre ella, y siente que no es justo y que está muy cansada. Comienza entonces un reclamo, a lo que Pablo responde indignado, porque cree que tiene el derecho de descansar un poco al llegar a casa, después del trabajo. En el momento en el que ambos se sienten enfadados y dolidos por los reclamos y actitudes del otro, María comienza a recitar una lista de razones por las que ella cree que es la víctima en esa relación: "soy la única que hace algo en esta casa...", "nadie agradece el esfuerzo que hago...", etc. Por su parte, Pablo reacciona guardando silencio, conteniendo su enfado y frustración mientras piensa "nunca es suficiente lo que hago...", "siempre hay algo que echarme en cara..."
¿Os suena de algo el ejemplo? Tal vez hayáis vivido alguna situación semejante en vuestra vida. Y la pregunta surge: ¿por qué María y Pablo son incapaces de comunicarse apropiadamente y llegar a un acuerdo para solucionar el conflicto? La respuesta es compleja y constaría de varias partes, pero una de ellas es que María ha decidido jugar a ser víctima, y Pablo juega a permanecer en silencio.
Juegos vs. Conductas Efectivas
Los juegos son actitudes o conductas que llevamos a cabo en momentos puntuales, que provienen de nuestro inconsciente y que se han creado a medida que nuestra mente fue creciendo y evolucionando, pero que no brindan una solución real a los problemas, sino que a menudo los empeoran a largo plazo.
En el comienzo de nuestra vida nuestra lógica y capacidad de raciocinio eran muy limitadas, y nos guiábamos principalmente por las emociones y las reacciones a ellas. Cuando pequeños, por ejemplo, en algún momento descubrimos que si llorábamos, mamá o papá se acercaban y nos consolaban, dándonos lo que para nosotros era lo más importante: el amor y la aceptación de nuestros padres. Entonces, nuestra mente que recién comenzaba a desarrollarse asoció la idea de que si lloro (es decir, si reclamo, si me muestro vulnerable o en sufrimiento) obtendré la atención y amor de las personas más importantes en mi vida. Y ese comportamiento nos funcionó durante nuestra niñez, hasta cierto punto. Sin embargo, llega un momento en que debemos plantearnos que tal vez el mostrarnos como víctimas no servirá para obtener lo que deseamos, y que es hora de desarrollar otros mecanismos más de acuerdo a la edad adulta, por ejemplo, la comunicación efectiva.
Al madurar deberemos replantearnos los juegos que aprendimos en nuestra infancia y decidir si hay que reemplazarlos por otras conductas.
En pocas palabras, al madurar deberemos replantearnos los juegos que aprendimos en nuestra infancia y decidir si hay que reemplazarlos por otras conductas. Cuando no pasamos por este proceso, seguimos aplicando juegos a nuestra vida, aunque por lo general no somos conscientes de ello, aunque eso no nos libra de sufrir las consecuencias. En el ejemplo de María y Pablo, ella juega a ser víctima, y él a ser silencioso. María pretende llamar la atención y mostrarle a su entorno lo mucho que sufre; Pablo tal vez busque castigar a su pareja con su silencio, y reforzar que es él el que tiene razón en esa discusión. Lo cierto es que ni María ni Pablo han sido capaces de solucionar el problema, sino que con los juegos que juegan, lo han empeorado.
Qué se puede hacer...
Jugamos a estos juegos porque es la única manera en la que sabemos reaccionar frente a ciertas circunstancias, y lo hacemos porque en el pasado nos ha producido un beneficio aparente. Por ejemplo, si alguien juega a "verdugo", es decir, que se encarga de castigar con palabras o hechos las acciones de los que lo rodean que él o ella considera erróneas, tal vez el beneficio aparente sea el disfrutar de un sentimiento de superioridad y poder. Sin embargo, a largo plazo el beneficio aparente se desvanece y surge un nuevo problema, que en el caso de este juego podría ser que alguien reaccione mal ante los juicios del "verdugo" y lo confronte de mala manera. La persona que jugaba a ser verdugo no sólo perderá su sentimiento de superioridad y poder, sino que además tendrá un problema nuevo: la discusión y el enfrentamiento.
Hemos mencionado algunos juegos ya, pero hay muchos otros: jugar a ser juez, a estar enfadado, a ser perfecto, pasota, y un largo etcétera. Todos estos tienen un beneficio aparente a corto plazo, pero a mediano y largo plazo causan un perjuicio aún mayor que el conflicto original que suscitó el uso del juego.
Los juegos pueden tener un impacto terriblemente malo en nuestras relaciones, sobre todo en las más íntimas, y es muy importante que sepamos identificarlos y reemplazarlos por conductas efectivas. Para ello, y a modo de resumen del proceso de tomar consciencia de nuestros juegos, enumeramos los tres pasos a dar:
- Autoobservación: analizar nuestras conductas, actitudes y reacciones para determinar si estoy utilizando algún juego sin ser consciente. Preguntas que debo hacerme: ¿qué hago? ¿Cómo lo hago?
- Autoevaluación: sincerarnos con nosotros mismos y entender qué me motiva a utilizar el juego (el beneficio aparente) y pensar en las consecuencias negativas que dicha actitud me supondrá a largo plazo. Preguntas que debo hacerme: ¿qué beneficios aparentes obtengo? ¿Qué resultados negativos se producen a largo plazo?
- Autorrefuerzo: Tomar la determinación de reemplazar el juego por una actitud más efectiva, recordándome los resultados que espero alcanzar. Analizar los casos en los que haya aplicado dicha conducta y haya obtenido los objetivos deseados, como forma de automotivación constante. Preguntas que debo hacerme: ¿qué conducta efectiva debería usar para reemplazar al juego? ¿Qué beneficios reales obtendré si cambio mi actitud y/o mi comportamiento?
Te animamos a que apliques estos conceptos en tu propia vida y descubras cómo puedes mejorar la forma en que te relacionas con los demás, la manera en la que te enfrentas a los desafíos de la vida y buscas soluciones a los conflictos interpersonales.
Recuerda que siempre es una buena idea, además de formarte y adquirir los conocimientos necesarios, procurar ayuda para realizar los cambios necesarios. A menudo es difícil cambiar una forma de actuar que llevamos aplicando toda nuestra vida, sin ayuda de otros. Nos falta perspectiva o simplemente no sabríamos por dónde empezar, o cómo determinar si lo estamos haciendo bien. En esto puede ayudarte un coach; juntos podréis fijaros metas para que evoluciones y encuentres la manera de reemplazar tus juegos por conductas eficaces. No lo dudes, y has tu primera consulta hoy mismo, ¡de forma totalmente gratuita!