El dinero no da la felicidad, pero calma los nervios. Es un refrán que pertenece a la cultura popular y que repetimos de vez en cuando, aunque no todos tenemos la misma opinión sobre el tema. Algunos científicos se han interesado por esta cuestión y han postulado algunas teorías muy interesantes al respecto, con un punto de vista no muy común. Descubre en este artículo la relación que existe entre la felicidad y el dinero.
Una de las personas que ha dedicado tiempo y esfuerzo a estudiar desde el punto de vista científico si el dinero puede ser el origen de la felicidad en los humanos es el profesor de la Harvard Business School, Michael Norton. En su libro Happy Money afirma que, una vez que el individuo ha sido capaz de satisfacer las necesidades básicas según la escala de Maslow tales como la alimentación, la vivienda o el abrigo, el hecho de ganar más dinero sí que influye en su felicidad. Sin embargo, y contrario a lo que se podría suponer, la clave no está en usar el dinero en nosotros mismos, sino por el contrario, en hacerlo para favorecer a otras personas. De hecho, Norton afirma que los comportamientos altruistas no solamente benefician a la persona que recibe la ayuda y a quien la brinda, sino que el impacto de este comportamiento tiene un efecto muy positivo y medible en la sociedad.
La costumbre de medir la felicidad en términos de cuánto ganamos
Diversos estudios científicos han mostrado que a partir del momento en el que nuestras necesidades básicas están cubiertas, el duplicar nuestros ingresos no necesariamente supone sentirnos el doble de felices. De hecho, las personas participantes en estos estudios confesaron que solamente notaban un pequeño aumento en la felicidad de sus vidas, y que desde luego no había una relación 1:1 entre el aumento de lo que ganaban y lo felices que eran. Este resultado se alinea con lo que indica la estadística social. En Estados Unidos, por ejemplo, los ingresos per cápita de cada persona se han triplicado desde 1950; sin embargo, el porcentaje de personas que declaran sentirse muy felices no ha aumentado casi nada.
En Estados Unidos, los ingresos per cápita de cada persona se han triplicado desde 1950; sin embargo, el porcentaje de personas que declaran sentirse muy felices no ha aumentado casi nada.
Entonces surge la pregunta, ¿por qué nos empeñamos en acumular dinero? El científico de Harvard tiene la teoría de que necesitamos evaluar continuamente si nuestra vida va bien, si somos felices con lo que tenemos y somos, pero que es muy difícil cuantificar la felicidad, pues no hay una escala clara donde medirla. Sin embargo, todo el mundo entiende que ganar 1.000€ es el doble de ganar 500€, y entonces es muy sencillo cuantificar si nos va mejor que antes, al menos en términos económicos. Dicha facilidad para hacer cuentas ha llevado a muchas personas a utilizar este método como medida indirecta de cuán felices son: "si el año pasado ganaba X y este año gano el doble, he progresado hasta duplicar mis ingresos. Me va el doble de bien, soy el doble de feliz…"
La clave no es tener mucho, sino compartir lo que se tiene
Para desmontar la idea de medir la felicidad en función del dinero que ganamos, se llevó a cabo un sencillo experimento. Se crearon dos grupos representativos de personas, y a cada uno de sus integrantes se le entregó un sobre con dinero e instrucciones de cómo gastarlo. Al primer grupo se le indicó que debían utilizarlo para comprar lo que quisieran para ellos mismos, mientras que al segundo se le explicó que debían gastarlo en cosas para otras personas, en ningún caso para ellos. Al final del estudio, cuando los investigadores les preguntaron cómo se sentían, los del segundo grupo, los que habían gastado el dinero en otros, uniformemente indicaron que se sentían más felices que antes de haber recibido el dinero. Los del primer grupo, por otra parte, describieron su nivel de felicidad como similar al que sentían antes del comienzo del experimento.
El experimento se llevó a cabo varias veces más, entre personas ricas y pobres, y con distintas cantidades de dinero, y el resultado siempre fue el mismo: los que gastaban pensando en los demás manifestaban sentirse mejor, más felices, que los que lo hacían para ellos mismos. La conclusión fue que no hace falta hacer nada extraordinario y desde luego no se necesita tener mucho para sentirse feliz; la clave está en compartir con otros lo que tenemos. Otros estudios que siguieron a estos demostraron, además, que los grupos que compartían funcionaban mejor, y que el principio se aplicaba a equipos deportivos, de trabajo o académicos.
Cuando se realizaron análisis clínicos y cuestionarios de personalidad a los participantes, se demostró que las personas que manifestaban mayores niveles de egoísmo tenían la tendencia a sufrir más vergüenza, segregaban más cortisol, que es la hormona del estrés, y que tenían más probabilidades de sufrir problemas de salud.
Felicidad, genética e inteligencia emocional
Los psicólogos y neurocientíficos han aportado muchos datos en los últimos años para definir de manera cuantitativa lo que significa ser felices. Entre los descubrimientos más interesantes se encuentra el hecho de que existe un factor genético que influye en nuestra capacidad para ser felices, lo que se denomina el Punto Nodal de la Felicidad (PNF). Este factor puede mejorar o empeorar nuestra tendencia natural a ser más o menos felices y aunque intentemos modificar conscientemente este factor, tenemos la tendencia a volver a nuestro punto medio, de la misma manera que sucede con la carga genética y nuestro peso corporal. En otras palabras, que aunque el impacto genético del PNF supone alrededor del 50% de nuestra felicidad, no hay mucho que podamos hacer para influir sobre él, y debemos concentrarnos en el otro 50% restante.
La inteligencia emocional es la herramienta clave para maximizar nuestras posibilidades de ser felices.
De la otra mitad que nos queda, el 10% está determinado por las circunstancias que nos rodean, y el 40% restante está directamente relacionado con nuestro comportamiento diario, con el enfoque que tengamos de la vida y con el juicio que utilizamos para juzgar a los demás y a nosotros mismos. Es sobre esta mitad donde sí podemos decidir cuán felices somos, y es aquí donde radica la clave de la felicidad.
La inteligencia emocional es la herramienta clave para maximizar nuestras posibilidades de ser felices, dado que nos permite elegir la visión que queremos para nuestra vida, nos ayuda a mejorar la relación que tenemos con quienes nos rodean, y nos da la posibilidad de comprendernos, aceptarnos y mejorar a nivel individual.
Hoy puede ser el principio de un cambio para bien en tu vida, un cambio que te permita ser más feliz. Te invitamos a que te informes sobre nuestros cursos de inteligencia emocional y sobre nuestra terapia online personalizada, donde utilizamos coaching personal para ayudarte a ser más feliz. No dudes en consultarnos, estaremos encantados de darte toda la información que desees. Y recuerda que la primera consulta online es gratuita.